miércoles, 30 de agosto de 2017

uN Día GRiS.



Quiero que el día gris que me cubre hoy pase pronto, cual tormenta de verano.

Que este desasosiego y esta tristeza que me invaden, se las lleve una fuerte ráfaga de viento y los arrastre lejos de mí.

Que la luz del sol con su tibieza me inunden de nuevo y vuelva la alegría. Se que esto es pasajero, pero mientras pasa me revuelvo en el lodo, como si el barro con sus tonos marrones y ocres fuesen los únicos que pudiera captar mi retina.

Sudo y sudo sin parar para a continuación quedarme helada, un sudor frío que me atraviesa y me congela el corazón. Sofocos continuos que me obligan a secarme y cambiarme de ropa continuamente.

Mi ánimo fluctúa a ritmo de los efectos del tratamiento.

He de cruzar el abismo, caminando por un puente largo, estrecho y desvencijado. Mis pasos son cortos y temblorosos. Evito mirar hacia abajo, porque si caigo al vacío llegaré al fondo del  abísmo. A una inmensa grieta sinuosa y oscura donde sólo habita la locura.

Intento en todo momento miar al frente. Al otro lado veo un frondoso árbol, que despliega sus verdes ramas hacia mí y me invita a seguir.

Yo lo intento, camino por el puente mientras que un ave negra que es mi pesimismo, me ataca e intenta derribarme.

!Déjame, no te quiero a mi lado¡, le grito nerviosa, mientras ella vuelve una y otra vez. 

Mi rostro está cubierto de lágrimas, pequeñas perlas que caen y se pierden en la enorme grieta.

Quiero llegar al otro lado, deseo abandonar el precipicio.

Que alguien me ayude porque sola no creo poder lograrlo.


                                                                      Paula Cruz Gutiérrez.



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