miércoles, 24 de enero de 2018

La NeBLiNa.




Salimos de viaje para visitar a un conocido al que no veo desde que caí enferma.

Voy de copiloto, como siempre, aún me fallan las piernas para conducir.

Desde mi asiento, voy observando el campo por la ventana. A ratos se me antoja un paisaje de invierno. Una ligera bruma cubre el horizonte de nuestra derecha, las ramas desnudas de los árboles le confieren un ligero halo fantasmal.




Al otro lado, el sol va subiendo y disipando al mismo tiempo todas las dudas surgidas durante la noche.


El viaje dentro del coche siempre es agradable y resulta fácil ensimismarse contemplando el exterior.

Algunos días nuestro ánimo también amanece con neblina, cubierto por la misma bruma del paisaje, que al trasluz nos impide ver las cosas de manera objetiva.

Una bruma que unos días se muestra ligera y nos es fácil de atravesar. Mientras que otros días, es tan espesa que tenemos la sensación de morir aplastados bajo su peso. 

Nuestro ánimo va y viene.

Fluctúa según los días y las circunstancias. Algo importante de saber y de aceptar, así podremos dejarlo pasar con cierta facilidad.

El peligro sobreviene cuando nos aferramos fuerte a esa losa, pensando que a la vez, será nuestra tabla de salvación. Al asirla con fuerza también se unen nuestros temores y miedos, nuestras dudas y desasosiegos, y así, la losa cada vez va ganando más y más peso.

Aprender a quitarle cosas en vez de poner, no es sencillo. Pero es una tarea que todos debemos hacer, poco a poco, cada uno a su ritmo.

Aprender a aligerar es la única opción para sentirnos libres.

Libres como el viento para ir y venir.
Libres para saber disfrutar de las pequeñas cosas.
Libres de prejuicios y del qué dirán.
Libres para sonreír frente a un rayo de sol.
Libres para llevar esa vida que siempre quisimos llevar.


                                                                         Paula Cruz Gutiérrez.

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